13 de abril de 2012

Cavilando

Pensamos que lo tenemos todo, vivimos alegres sin remordimientos hasta que llega ese momento de aislamiento. Odiamos la soledad, evitamos esos instantes en que nuestra cabeza cavila más de lo que debiera.
No me gusta estar sola, no me gusta que mi cabeza invente cuentos tormentosos, escupa verdades encarceladas, no me gusta que se libere de sus mentiras y otorgue el reino a la dañosa realidad.
Lo he hecho mal, no he sabido compaginar la realidad y la ficción. Soy consciente de que yo ya me encontraba en este estado, de hecho llevo encerrada mucho tiempo aquí, es doloroso saber en que situación te hallas y no conocer el modo de salir. Lo intentas por varios caminos, es cierto que siendo poco optimistas podemos engañarnos diciéndonos “era imposible que todo saliera bien a la primera”. ¿Por qué pensamos eso? ¿De verdad no lo podríamos haber solucionado en un principio? Si realmente conocemos el problema, deberíamos saber solucionarlo. Si tú te encuentras sola, fácil, abre tu barrera. 
Incierto, la verdad es que esto no es así, no nos conocemos lo suficiente para saber solucionar nuestros desastres monumentales.
Yo parto del conocimiento de mi problema, he intentado solucionarlo, he avanzado y retrocedido meticulosamente por diversos caminos, no siempre de igual manera y al mismo ritmo, pero lo he conseguido, claro está, he conseguido hundirme más en la mierda al no llegar al premio inalcanzable y querido por todo ser humano. He llegado a mis conclusiones y como la mayoría de las personas, una de las que más peso tiene ha sido “yo soy el problema, soy la culpable, por qué habré nacido así...”

Dichosa soledad.

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